sábado, 18 de julio de 2009

A bordo de unos tacones 41

Ya había estado dentro de unos zapatos de mujer talla 40, pero bajitos. Calzo 39, así que comprenderán mi temor de ponerme unos tacones 41.

Ocurrió en un motel después de hacer el amor dos veces. N. se estaba bañando, así que tomé al escondido las enormes botas que había llevado ése día, y me preparé a calzarmelas.

Lo primero que te imaginas es que, como terminan en punta, te van a quedar estrechas. Pero de lo que uno no se percata, es que los zapatos, por ser para un pie tan grande, son mas anchos, así que mi pie entró con facilidad. Era una bota bastante fina. El interior era el mas comfortable que jamás haya sentido en un zapato. Intenté subir el cierre lateral, pero como al menos si tengo piernas mas gruesas que ella, sólo subieron hasta la mitad del recorrido.

Ya con ellas puestas, y como era natural, miré qué tan grandes me quedaban. Como siempre, subestimé el tamaño, ésta vez del pie de N. No veía bien donde llegaban mis dedos con relación a la punta, así que al ajustar mi talón con la parte de atrás de la bota, me pareció que me quedaba bien, "apenas justo" pensé tal vez safisfecho.
Sólo fué una alegría temporal. Pronto me percaté del real tamaño de la bota. Al pararme para intentar caminar en ellas, mi pie se deslizó hacia adelante. Me acuerdo todavía de la gran desilusión al sentir mis dedos moviéndose hacia la punta del zapatote, como un cubo de hielo sobre una superficie lisa. Mis dedos quedaron atrapados en la estrecha punta. Se había abierto un espacio de casi dos dedos entre mi talón y el extremo posterior de la bota. Era imposible dar dos pasos sin sentir dolor.
Me armé de valor y de resistencia al dolor y caminé por el espacioso cuarto. Increíble, la bota caía primero que mi pie, completamente suelta en la parte de atrás. Era una situación para enloquecer. Parecía una pequeña niña cuando juega a verse como su mamá.
Sentí que N. cerró la ducha así que rápidamente empezé a vestirme. Dejé las botas donde las había encontrado y tembloroso esperaba que N. no notara nada. Así fué.
Mientras nos vestíamos en silencio, yo estaba expectante viéndola de reojo esperando para ver que tan fácil se calzaba. En ese momento sonó el timbre para cobrar el servicio. Afanado para no perderme ningún detalle de "la calzada" me encargué de la cuenta. Cuando estaba terminando de firmar el recibo de tarjeta débito sentí el sonido de uno de los tacones golpeando contra el piso. Me lo estaba perdiendo todo, así que dejé empezado el llenado del recibo. Y lo pude ver.
Sin problema, sus botas se amoldaron completamente a sus pies. Caminaba fluídamente hacia el espejo, cuando notó que me había quedado mirándola.
--Que pasó?-- me preguntó mirándome seria y luego mirando su jean creyendo que estaba sucio o mojado.
Le contesté que nada, que me había quedado viéndola.

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