sábado, 30 de mayo de 2009

Del Odio al amor...2

Toda esa semana pensé en ella. No me la podía sacar de la cabeza. Intentaba hacerme a la idea de que no la había conocido, que no la volvería a ver, que Ll. era lo mejor que me había pasado.
Pero luego se me venía a la cabeza su estatura, la posibilidad de que en realidad si midiera uno con ochenta y siete, su hermosa cara, su ropa, sus botas, su auto, su inteligencia...y estaba al borde de la locura. Ese estado del que tanto hablan ahora parecido a la demencia, llamado enamoramiento se estaba apoderando de mi.
Decidí actuar como el pusilánime que siempre había sido. Esperaría para ver si las cosas se iban a dar. Esperaría a ver si me llamaba. Pero los días pasaron y N. no me llamaba. No estaba acostumbrado a ésto. Con las otras chicas ocurría que ellas finalmente volvían a aparecer por ellas mismas. Pero ésta vez no era así. No soy el tipo mas atractivo del mundo, pero tenía mi orgullo. N. me tenía desesperado. Creía que yo le había interesado. Pero estaba empezando a pensar que simplemente había sido amable conmigo. Todos mis pensamientos terminaban en ella, y siempre concluía que era perfecta.
Pensé en quedarme con la duda. Sin saber para siempre si podía haber sucedido algo o si era una mera ilusión. Pero no aguanté las ganas de averiguarlo y humillándome como nunca, un mes y un día después de aquel cinco de mayo, tomé la decisión de llamarla. . Recuerdo que las manos me temblaban solo con buscar su nombre en la lista de contactos del celular. Casi cuelgo antes de que me contestara pero pensé que sería todavía mas patético. La saliva se me secó al momento de empezar a hablar. Gaguié como nunca lo había hecho. Ella fué muy amable, pero sonaba indiferente y envidiablemente segura comparada con lo que yo estaba sintiendo. Le pregunté si había vuelto a charlas académicas, si ya había conseguido trabajo y que dónde vivía. Con ésta última pregunta logré conseguir una excusa razonable para volverla a ver. Le dije que un familiar mío vivía muy cerca de ella y que tenia un documento de hipertensión muy interesante que me habían dado en un simposio al que ella no había ido y que se lo podía mostrar.
--Quieres que nos veamos?-- contestó con una risa burlona y convencida, que terminó por intimidarme mas.
Sin embargo, me convirtió en el hombre mas feliz del mundo cuando aceptó.
Me dijo que fuera a su apartamento. Obviamente, yo no tenía ningún familiar viviendo cerca a ella ni ningún documento de hipertensión nuevo interesante
Era un edificio bonito pero no demasiado ostentoso. El portero me hizo pasar luego de anunciarme. Vivía en un cuarto piso. En el ascensor me sentí el mas patán de los hombres, pues con Ll. supuestamente todo iba mejor que nunca. Creo que sentía en mis oídos los latidos del corazón cuando toqué el timbre de su apartamento. Me abrió un muchacho bastante amanerado y mas bajo que yo. Pensé que no podía ser su hermano. "Su mejor amigo quizás?" pensé.
El muchacho me dijo que me sentara en la sala y la esperara. Mientras se dirigía posiblemente hacia la cocina llamó a N. para anunciar mi llegada. No sé cuando tiempo pasó, pero para mi fué una eternidad.
Hasta que de nuevo, la volví a ver. Traía una exquisita blusa de seda rosado claro con la manga hasta un poco mas abajo del codo. Unos pantalones de cuero negros, bastante ceñidos. Creo que solo una o dos veces mas en mi vida había visto una prenda tan hermosamente vestida por una mujer. Se había puesto unas botas también negras, que parecían ser distintas a las que le había visto en la conferencia, pero también tenían un tacón considerablemente alto. El sonido que hacían éstas mientras caminó por el piso de parqué fué realmente para enloquecer. Tenía enredado un cepillo a un lado de su cabello, que parecía recién planchadito.Traía algo así como una hebilla en la boca. Me saludó rápidamente sin siquiera dejarme parar y siguió con una descarada seguridad hacia un espejo que había cerca de la puerta.
Lo que estaba viendo en éste momento explicaba la razón de mi existencia. La explicación que ni Platón, ni Descartes ni el Vaticano le habían podido dar a un ser humano de treinta y seis años. No podia haber nada mas bello sobre la faz de la tierra.

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